Tras el cristal, los destinos se alinean como ventanas abiertas al paraíso.
Chus pasa todos los días delante de la agencia de viajes y se dice que las próximas vacaciones, no falla y se paga un viaje organizado a Punta Cana.
Esta mañana, se detiene frente a la foto del escaparate. Las gotas de condensación y la niebla que se forma a la altura de su boca dan un aura onírica a la escena. Se trata de una pareja de espaldas paseando por una playa de arena blanquísima, ella lleva sombrero y un pareo también blanco y él lleva a la mujer de la mano -Ya van con un par de caipiriñas encima- se dice Chus mientras ríe bajito- No hay más que ver que no andan derechos y además ella lleva en la otra mano una de esas sombrillitas que protegen del sol a los hielos en los cócteles-
Una brisa, que imagina cálida, alborota las hojas de las palmeras, levanta el pareo de la mujer del anuncio y se vuelve una fría caricia en el rostro inmóvil de Chus -Esta noche, cuando cenen en la terraza del hotel, bajo lámparas multicolores, ella tendrá un ligero rubor y él habrá bronceado. Luego harán el amor. En la playa. No. En la habitación. Que para eso han pagado- y vuelve a reír bajito.
Antes de irse a esperar el autobús, Chus se quita uno de los guantes y coge un folleto que ojeará una vez sentada en su puesto frente al teléfono, entre llamada y llamada. Venderá a familiares de difuntos y a premuertos previsores, nichos, lápidas y epitafios que les hagan soñar con una eternidad bella y confortable. Pero ella sabe que todos irán bajo tierra y que ella nunca irá a Punta Cana.
Chus pasa todos los días delante de la agencia de viajes y se dice que las próximas vacaciones, no falla y se paga un viaje organizado a Punta Cana.
Esta mañana, se detiene frente a la foto del escaparate. Las gotas de condensación y la niebla que se forma a la altura de su boca dan un aura onírica a la escena. Se trata de una pareja de espaldas paseando por una playa de arena blanquísima, ella lleva sombrero y un pareo también blanco y él lleva a la mujer de la mano -Ya van con un par de caipiriñas encima- se dice Chus mientras ríe bajito- No hay más que ver que no andan derechos y además ella lleva en la otra mano una de esas sombrillitas que protegen del sol a los hielos en los cócteles-
Una brisa, que imagina cálida, alborota las hojas de las palmeras, levanta el pareo de la mujer del anuncio y se vuelve una fría caricia en el rostro inmóvil de Chus -Esta noche, cuando cenen en la terraza del hotel, bajo lámparas multicolores, ella tendrá un ligero rubor y él habrá bronceado. Luego harán el amor. En la playa. No. En la habitación. Que para eso han pagado- y vuelve a reír bajito.
Antes de irse a esperar el autobús, Chus se quita uno de los guantes y coge un folleto que ojeará una vez sentada en su puesto frente al teléfono, entre llamada y llamada. Venderá a familiares de difuntos y a premuertos previsores, nichos, lápidas y epitafios que les hagan soñar con una eternidad bella y confortable. Pero ella sabe que todos irán bajo tierra y que ella nunca irá a Punta Cana.
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