domingo, 25 de enero de 2015

UNA ETERNIDAD EN PUNTA CANA

   Tras el cristal, los destinos se alinean como ventanas abiertas al paraíso.
Chus pasa todos los días delante de la agencia de viajes y se dice que las próximas vacaciones, no falla y se paga un viaje organizado a Punta Cana.
Esta mañana, se detiene frente a la foto del escaparate. Las gotas de condensación y la niebla que se forma a la altura de su boca dan un aura onírica a la escena. Se trata de una pareja de espaldas paseando por una playa de arena blanquísima, ella lleva sombrero y un pareo también blanco y él lleva a la mujer de la mano -Ya van con un par de caipiriñas encima- se dice Chus mientras ríe bajito- No hay más que ver que no andan derechos y además ella lleva en la otra mano una de esas sombrillitas que protegen del sol a los hielos en los cócteles-
Una brisa, que imagina cálida, alborota las hojas de las palmeras, levanta el pareo de la mujer del anuncio y se vuelve una fría caricia en el rostro inmóvil de Chus -Esta noche, cuando cenen en la terraza del hotel, bajo lámparas multicolores, ella tendrá un ligero rubor y él habrá bronceado. Luego harán el amor. En la playa. No. En la habitación. Que para eso han pagado- y vuelve a reír bajito.
Antes de irse a esperar el autobús, Chus se quita uno de los guantes y coge un folleto que ojeará una vez sentada en su puesto frente al teléfono, entre llamada y llamada. Venderá a familiares de difuntos y a premuertos previsores, nichos, lápidas y epitafios que les hagan soñar con una eternidad bella y confortable. Pero ella sabe que todos irán bajo tierra y que ella nunca irá a Punta Cana.

María Fraile

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