Todos los días, los abuelos
esperan en silencio sentados a la puerta de la casa a que den las
dos. El hambre llega siempre a tiempo, puntual como un huésped de
buenas costumbres. El reloj respira al mismo ritmo que los dos viejos
-tictactictactictac- y cuando da la hora, los ancianos se levantan,
confirman que las manecillas están bien en su sitio y cambian el
asiento de la entrada por el del pequeño comedor.
Hoy son las dos pasadas y la escena
inmóvil observa el reloj. Las agujas paradas a las dos, esperan a
los abuelos para dar la hora.
María Fraile
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