Había
tantos niños en
el parque que volví a casa con uno que no era el
mío. Éste traía a un padre de
la mano y un par de palomas pegadas a las migas de la
cazadora. Entre baños y prisas cuando me quise dar cuenta ya era
tarde, una se encariña enseguida y además este
crío dormía mejor que el mío. El padre
cocinaba, hacía unos masajes de pies que me quitaban los atisbos
incómodos de la conciencia y las dos palomas, instaladas junto a los
geranios, cagaban sin cesar a la vecina antipática del tercero. La
situación era perfecta, ellos no parecían haber cambiado de madre y
daban a la vida un aspecto de continuidad natural y desenvuelta.
Tanto, que me pareció extraño, pero cuando
quise volver al parque para dejarlos de nuevo en su sitio no hubo
forma de darles esquinazo. Ni ese día, ni
los siguientes, y así llevamos quince años.
María
Fraile
Si te digo que es el absurdo menos absurdo que he leído en mi vida, no vayas a enfadarte; es un piropo. Es como si me hubieses cocinado una tortilla de patata con azúcar y aun así me supiese a gloria.
ResponderEliminarMe ha encantado el detalle de que las palomas (imprescindibles, por cierto, para que esta tortilla sepa deliciosa) se viniesen pegadas a las migas de la cazadora.
Un saludo.
Jejeje. Más que estupendo como siempre sra Fraile
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